Génesis del material
El espacio predominante en Yace al caer la tarde es una calle deformada, en tanto se configura como un lugar público absolutamente desierto, abstracto, indeterminado, sin transeúntes, pero al mismo tiempo agradable, gracias al clima benévolo de la primavera, a la siesta. Una hora de la siesta que se prolonga de manera infinita. El tiempo se detiene y se prolonga en la tarde, que parece no avanzar más, aletargando y anestesiando los sentidos, las sensaciones y las emociones de los personajes que transitan por la obra. Algo que sólo es puesto en cuestión con la llegada del Extranjero. Este personaje, con su sola presencia, provocará la ruptura del letargo de esa siesta eterna y anodina. La llegada del Extranjero, (un inmigrante que no habla el idioma nativo, y que abandonó a su familia en Albania, su país natal), funcionará entonces como interrupción del adormecimiento en el que están inmersos los demás personajes, un grupo de hombres y mujeres jóvenes que asumirán un estado puramente contemplativo, un “no saber qué hacer” ni siquiera dolorido.
Desde la puesta en escena, la calle, en tanto lugar público, es trabajado como un territorio en el que los personajes se encuentran de paso, siempre en tránsito. Un espacio público que permite pensar al escenario como un lugar de fuga y de movimiento permanentes. Todos los personajes siempre tienen algo que hacer. Algo más importante que vincularse con los otros. Pero no lo hacen. O en todo caso, no sabemos si lo hacen. Nunca hacen nada importante, en realidad. O más directamente: nunca hacen nada. Sin embargo es ahí, en ese espacio impersonal y cambiante, donde transcurre la acción dramática. Esto condiciona el estatuto de los personajes, ya que ninguno de ellos reposa ni parece pertenecer a ningún lugar. Sin embargo es ahí, en ese espacio impersonal y cambiante, donde transcurre la acción dramática.
Existe una sensación con la que cualquier persona puede identificarse, que es la de un día de verano al atardecer. Esa hora y ese momento producen un clima cercano a la inercia y al aletargamiento de los sentidos. Es entonces cuando la manera de percibir el mundo cambia. El registro de actuación que propone el montaje busca crear ese estado y transmitirlo a los espectadores. La estilización desde la actuación colabora también en la búsqueda de este clima de inercia, de entumecimiento de los sentidos y de la percepción. Se desarrolla un trabajo desde lo gestual y lo corporal atenuado, mínimo, monocorde, “a media voz”, contemplativo.
Para enfatizar la referencialidad que la obra tiene con el cine, se trabaja con la carga significante de las direcciones en la composición del cuadro. Los diferentes sentidos en que se puede realizar un recorrido desde un punto a otro connotan conflictividad o armonía. Esta es una norma cultural fuerte y es utilizada desde la puesta de Yace al caer la tarde para generar y reafirmar, desde los movimientos de los participantes, la tensión y el reposo de las diferentes situaciones dramáticas. Como se ha explicado anteriormente, en la obra los personajes nunca están quietos, sino que entran y salen del espacio. Lo que se buscará desde la puesta, de tal modo, es que, cuando la situación en la que se ve involucrado uno de los personajes sea conflictiva, el recorrido que el actor realice por el espacio denote esa conflictividad.
Desde lo visual, la puesta hace hincapié en la incorporación de la luz como un personaje dramático más, con un peso específico definido, a partir de la importancia que tienen las horas de la siesta y del atardecer en el material. Se utiliza el espectro de colores y la calidad lumínica que abarca desde la luz plena de las horas tempranas de la tarde, hasta llegar a la luz difusa y ámbar del atardecer, haciendo especial hincapié en los diversos tonos de amarillo que están contenidos en la tarde.
Cada escena tiene el tratamiento equivalente al de un plano general fijo en el cine (o en ciertas películas): el énfasis está puesto en la duración o en la percepción del paso del tiempo, generando cierto grado de incomodidad, en contra del deseo de ver movimiento y acción; no se subrayan personajes, gestos ni elementos individuales, sino que todos los componentes significantes se encuentran en un plano de igualdad.
La escasa movilidad de los actores, y el planteamiento de situaciones muy semejantes entre sí, con ligeras pero significativas variaciones, hacen que el mundo se reduzca a aquello que puede verse. Pese a lo cual, las escenas de la obra funcionan al mismo tiempo como distintos recortes de un continuo que sólo podemos intuir o adivinar. Los paseos de los personajes por el mismo espacio, de a dos, funcionan a la manera de signos de puntuación. Durante ellos, nada parece existir más allá de ese mundo latente que se recorta como fondo.
El planteamiento sonoro de la puesta hace hincapié en la incorporación de elementos sensoriales que dan cuenta de esas horas de la tarde, sonidos de la vida urbana que se oyen permanentemente como fondo, a lo largo de todas las escenas. Forma parte de la banda sonora, también, el canto repetitivo e hipnótico de las chicharras, o los motores de los autos que se escuchan a lo lejos, en los suburbios, como parte de un mundo en actividad pero, al mismo tiempo, ajeno. Sonidos en principio familiares y claramente reconocibles que progresivamente se deforman hasta volverse completamente abstractos e irreconocibles.